Hay dos sentencias que quiero recordar: lo mejor de este club son las personas que lo componen y a las personas se las conoce de verdad en los momentos de dificultad. Estas dos frases, lo he comprobado personalmente, son ciertas, totalmente ciertas. Me puedo jactar de formar parte de una comunidad de gente buena, de un club que con la excusa de una marca de coches, ha reunido a un grupo humano excepcional, con una orientación de valores en los que predomina la solidaridad, el compromiso y la generosidad.
Todo lo que acabo de decir son solo palabras. Pasemos ahora a los sentimientos. El Defender vuelca y se queda con las ruedas mirando al cielo. En el coche van dos niños, hijos de Diego, mi Carmen y yo. Desorientación, sorpresa, miedo, ruido, golpes, todos colgando de los cinturones…el coche se ha detenido. Temes por ti, lo primero, te arrepientes de haber acogido a los niños en el coche, después: desolación, pánico, que no les pase nada Dios mío, que no les pase nada. “Hemos volcado” me oigo decir por la emisora. ¿Estáis bien, estáis bien? Pregunta mi voz, temiendo la respuesta. Miro hacia atrás, los niños están bien: estupefactos más que asustados. Toco a Carmen, me mira y nos entendemos, como siempre, la quiero y me quiere…y esta bien. “Saca a los niños” me dice, ¿podéis soltaros? Dice Tamayo, y los dos con la agilidad de su edad ya están sentados en el techo y se miran, y me miran. Esto ha acabado bien. Tamayo se suelta, y sale del coche, abre una puerta trasera y saca a los niños…estamos enteros los tres, de pié, campos verdes alrededor, oxigeno. Carmen y Elena, mis hijas, aparecen en mi mente de repente…les sonrío. Tamayo rodea el coche, abre la puerta del copiloto, descuelga a Carmen y la saca del coche. Nos damos la mano y su tranquilidad es la mía. Los niños están sentados en el talud, el más pequeño me dice que le duele el estómago, “es el susto” le contesta Tamayo. Son dos niños maravillosos. Alivio, paz, paz infinita. Llegan los compañeros de viaje a asistirnos. No se si las cosas pasaron así exactamente, pero Tamayo así las sintió.
Mis amigos me rodean y estamos bien, soy un tipo con suerte. Pablo me abraza, Gustavo llega a toda velocidad, baja del coche, ve que todos estamos fuera, y en sus ojos veo alegría. Nos abrazamos, todos nos abrazan, nos cuidan. Diego5, mira las barras y sonríe, ¡buena compra hemos hecho, Tamayo! Arrate, con dulzura, se asegura de que estamos bien, sus hijos nos rodean. Sari me anima, Jaime hace fotos, emocionado, ha puesto el defender dado la vuelta de salvapantallas en su teléfono. Diego 7 y Marta, corren, ven a los niños y nos damos la mano: lo siento mucho Diego, le digo. Inés y Teresa consuelan a Carmen. Chema me coge por los hombros, y me sacude con ternura…campeón! me dice. En Cristina veo alivio y preocupación a la vez, no ha pasado nada, dice, no ha pasado nada, y un breve sollozo de emoción nubla su voz. Reyes me observa, oigo sus palabras y me quedo en silencio, tranquilo, al ver la preocupación desaparecer de su rostro. Laura y Mireia proponen un abrazo colectivo y todas las chicas del grupo me rodean…”si lo llego a saber, vuelco antes”, bromeo, al recibir tal oleada de cariño. No se si las cosas pasaron así exactamente, pero Tamayo así las sintió.
De aquí en adelante, la maquinaria Land Rover se pone en marcha, precisa, potente, impecable: hay que dar la vuelta al coche, y se le da la vuelta sin demora, con precaución…en un momento el coche esta de nuevo en su posición natural. Gustavo y Reyes dirigen la maniobra, todos cooperan: unos recogen las cosas desperdigadas por el suelo, hay que reparar el parabrisas que se ha desprendido, y se hace. Se intentan poner el coche en marcha, esfuerzo colectivo durante dos horas, los niños ponen y quitan las eslingas como profesionales. Gustavo lo intenta todo, pero el coche no arranca…luego descubriremos que el motor esta muerto, definitivamente. Anochece, hace frío. Hay que moverse. Me siento mal por haber provocado todo este lío, todos estos trabajos, tanta preocupación en tanta gente buena, pero Reyes me saca del ensimismamiento, hay que moverse, hay que moverse…eslinga el coche y a seguir. Tira de nosotros durante horas, de noche, entre barrizales, pistas difíciles, pueblos y una carretera infernal, con un puerto horrible…¡reten, reten, reten Manolo…déjalo suelto, déjalo suelto! Es un maestro. Llegamos con bien a Imilchil, a las tantas, agotados, orgullosos…somos gente Land Rover, somos la mejor gente del mundo.
Amanece en Imilchil. Un día soleado, precioso, montañas con nieve que brilla rutilante, es una estampa bellísima. Fuera, los coches descansan al sol, llenos de barro. Todo el grupo se reúne en el desayuno, recoge los enseres, prepara los coches, el viaje sigue. Nos despedimos. Carmen y yo os vemos partir. El Defender queda solo, derrotado, en mitad de la explanada. Me viene a la cabeza la imagen de la barca amarrada en el puerto con la espina del gran pez asida a un lado, y el viejo mirando el mar, yo veo montañas. ¡Que soledad!
Gracias a todos, gracias por querernos, gracias por ayudarnos, gracias por acogernos, gracias por cuidarnos, verdaderamente soy un tipo con suerte. Gracias.